jueves, 17 de noviembre de 2011
Los amores eternos
Y después de dar muchas, pero que muchas, vueltas (y de gastar muchos, pero que muchos, euros), un día, nos compramos un bolso sin reflexionar demasiado, sencillamente porque tiene un 75% de descuento, y en la pantalla del ordenador parece bonito y se acerca la Navidad y si no nos lo quedamos nosotras, seguro que a alguna amiga le servirá, y si no lo devolveremos y etc, etc... Y no tiene ni flecos plateados, ni pompones, ni estampado de leopardo, ni nada. Es un bolso de cuero marrón, sin ninguna pretensión más que la perfección absoluta (la única pretensión interesante), sin dorados, sin ornamentos, sin herrajes. Un bolso de cuero marrón que no pretende seducir. Un bolso que nos habla de tú a tú. Un bolso de una honestidad absoluta (hay ropa y bolsos deshonestos, ¿sabéis?). Un bolso atemporal porque podría tener diez años y porque, tal vez, quién sabe, este sí sea para toda la vida.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Dos de mis amores eternos fueron amores buscados. Podría decir, incluso, que rebuscados. Una cartera de piel, exactamente del mismo color que el bolso, y un reloj sumergible con una maravillosa esfera azul.
ResponderEliminarEse verano tenía tenía doce años, una paga semanal y esos amores pendientes de mi decisión.
Un día, yendo en bici, me encontré una cartera de piel marrón, con unos cuantos billetes de mil pesetas en su interior en la estación de tren del lugar de veraneo. Por supuesto me la quedé. Cinco mil pesetas en los setenta era una suma más que interesante, y mi paga semanal, que no era mala, me la fundía siempre en cómics marvel, en libros y en discos. Mis padres, mis tíos, mi abuela, mis primos, mi hermano, mis amigos se quedaron sorprendidos . Ni carnet de identidad, ni ningún documento que acreditase la pertenencia. Una cartera de piel marrón en un triste rincón del andén de una estación de tren. Nadie la echaría de menos.
Al cabo de una semana de ese mismo mes de agosto, un día colocando la toalla en la arena de la playa, mi diestra se topó con una cartera de señora de color verde, también de piel, con ochocientas pesetas en su interior, también sin documentación, solo dinero. Mi madre no daba crédito, mi tía alucinaba. Esa mañana los aperitivos corrieron por mi cuenta. La mujer que perdió la cartera verde tampoco la echaría en falta. Total, ochocientas pesetillas de nada.
Tres días después, a la salida de un restaurante tras la cena, paseando toda la familia y los amigos por una estrecha calle vi algo extraño en el suelo, me adelanté y me encontré un billete de mil pesetas arrugado, como un papel viejo desechado por algún incauto.
Todos empezaron a creer que algún duende se había colado en mi interior y me había dotado de un radar detecta-billetes. Estaba claro que el verano era mío, y yo su estrella. Uri Geller doblaba cucharas. Yo me encontraba dinero en cada esquina.
Con todo ese dinero, descontando aperitivo en el Brasilia, me compré ese otro amor eterno, el reloj de la esfera azul que deseaba, y que luego con el tiempo perdí en un descuido imperdonable.
Un amor eterno, como la cartera de color marrón.
Lo que la gente no llegó a saber hasta mucho tiempo después - se lo explicaba a mi tía y a mis primos en mi último viaje a Madrid y se desternillaban de la risa -, es que esa cartera de color marrón no fue fruto del olvido de un viajero apresurado, ni esa cartera de señora verde hundida en la arena de la playa una pérdida, ni ese billete arrugado la acción de un despistado.
Ese dinero fue puesto por mí, diligentemente hurtado de la billetera de mi padre, que ni se dio cuenta de la falta - o si se dio cuenta nunca dijo nada -. Con ese dinero compré las carteras y fingí los descubrimientos. El niño milagro detecta-money de ese año.
Las cosas nunca son lo que parecen.
Y algunos amores, aunque ya no estén, son eternos, como esa cartera de piel marrón que perdí y ese reloj amado que en un descuido desapareció para siempre.
Aunque ambos todavía respiren en la memoria.
Ese bolso sí, Milena... sin flecos, ni dorados. Es atemporal como lo bello. Yo conservo un reloj de esfera azul, como el de Gilbert, que todavía funciona a pesar de que han pasado más de 35 años!!!. Antes las cosas duraban más. El reloj era de mi primer amor... un reloj eterno, un amor eterno. Luz.
ResponderEliminarNo es bueno que las cosas duren toda la vida y que las personas ( incluso las que quieres) estén siempre a tu lado. Todo tiene su momento álgido y una caída al desencanto y a la tristeza.
ResponderEliminarAsí está hoy mi ánimo
Hola Anónimo:
ResponderEliminarBueno, con los bolsos el desencanto es más soportable, y no hay tristeza...
Y yo creo que los momentos álgidos son los que hacen que la vida valga la pena. Mientras todavía tengamos alguno pendiente, todo está en orden.
Un abrazo grande.
Gilbert:
ResponderEliminarGracias por tu laaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaarga historia.
Un beso.
Hola Luz:
ResponderEliminarMe encantan los relojes de esfera azul. Y me alegro mucho de que este bolso sí te guste.
Un beso.
Debí ser persiana en mi otra vida ;) debería escribir a mano, con pluma..el teclado es peligroso!
ResponderEliminarMilena no es un bolso, es mucho más: Lo que quieres es un perro.
ResponderEliminarYo tuve uno, pero en estos tiempos según parece hay que retirarles las cacas.
Mejor una tortuga.
Besos.
Fadda: no es un relato edificante desde luego, quizá para la tercera galería, pero no se puede negar que no está lleno de colores.
ResponderEliminarSaludos,
Al final, con la tontería, no opiné sobre tu bolso: me gusta.
ResponderEliminarQuizá más que por ejemplo los amazona, menos que los pitón de colores, pero menos aún que un Birkin.
Cómprate uno.
Soldner:
ResponderEliminarEn casa de mi madre siempre ha habido perros, pero nunca los ha sacado a pasear ella. Yo estoy esperando a que el destino haga que me cruce con uno abandonado por la calle. Me lo quedaré. Aunque no tengo criada que me lo pasee.
Un beso.
Soldner: todavía no me ha llegado la hora del Birkin. Tal vez lo compré el día en que realmente lo pueda comprar con dinero ganado por mí. Sí, en el fondo soy una puritana.
ResponderEliminarBesos.
Un amigo se ha divorciado tras comprarse un perro (y pasearlo) durante un año más o menos.
ResponderEliminarAhh, almas perrunas perdidas.
El Birkin puede llegar por caminos insólitos.
Besos,
¿Conoció a una chica más simpática que su esposa mientras paseaba al perro? ¡Qué romántico!
ResponderEliminarBuenas noches. Me voy a ver CSI.