Me llama una madre del colegio, que no recuerdo muy bien quién es, y me pide que hable con una amiga suya que ha escrito una novela.
Pienso: "Dile que no, dile que no, dile que no".
Digo: "Claro que sí. Dile que me llame".
Pienso: "Cuando me llame, le diré que hace años que no me dedico a esto y que no puedo hacer nada por ella".
Me llama. Intento escaquearme disimuladamente. Sugiere ir a tomar un café.
Pienso: "¡Mierda, mierda, mierda!"
Digo: "¡Claro que sí! Cuando quieras."
Durante las tres semanas siguientes, me voy escaqueando. Cuando me quedo sin excusas médicas, personales, domésticas, meteorológicas y sentimentales, accedo a ir a tomar el café. En casa, me preparo mentalmente. Estaré 15 min, seré amable y cortés. Y adiós. Voy a tomar el café. La chica es simpática y está llena de entusiasmo por su novela y por la vida en general (como yo, pero al revés). Soy cortés y amable. Me comenta que vive en La Floresta. Entonces, cometo un error garrafal y mortal:
Digo: "¡Ah, qué bonita La Floresta!
Me quedo con la boca abierta por lo que acabo de decir.
Pienso: "No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no."
Pasa por mis ojos un destello de terror.
Ella sonríe de oreja a oreja y exclama: "¡Tengo una idea! ¿Por qué no montamos una barbacoa informal en mi casa con nuestra amiga común, Pepita, y los niños?
Pienso: "Sé fuerte, Milena, sé fuerte. Dile lo ocupada que estás haciendo el tonto por internet, comprando ropa que después devuelves y durmiendo. ¡Díselo! ¡Díselo! ¡¡¡Ahora!!!
Digo: "Aaaaaaaaaaaaaaa, mmmmmmmmm, yaaaaaaaaaaaaa, barbacoa, ¿eeeeeeeeeeh?
Veo sus ojos ilusionados.
Pienso: "No la mires, Milena, no la mires, si la miras, estás perdida."
La miro.
Digo: "¡Buena idea! Sí, muy bien, muy bien. Nos llamamos."
Llego a casa, un poco de mal humor.
Digo: "Niños, el sábado nos han invitado a una barbacoa en La Floresta. Será súúúúúúper divertido."
Para consolarme, entro en internet y me compro (mentalmente) estos zapatos verdes de femme fatale.