martes, 30 de abril de 2013

Entrevista Ana María Matute


Esta es la versión, sin mutilar, de la entrevista que le hice a Ana María Matute, y que salió el sábado en Smoda.

ANA MARÍA MATUTE

     Recuerdo las noches de hace mil años, cuando la Matute venía a cenar a casa. Mi madre me lo anunciaba con una mezcla de regocijo y respeto. Y yo sabía, sin ningún lugar a dudas, que aquella noche nos íbamos a divertir. Que habría persecuciones a causa de la cantidad de alcohol que era conveniente beber, intercambio de vasos, excursiones disimuladas a la cocina, anécdotas divertidas y afiladas (el mito de la Matute como una viejecita bondadosa y tierna, que vivía en su mundo de fantasía, no coincidía para nada con la mujer fuerte, a pesar de todo, guapa, determinada y brillante que yo veía en casa) mezcladas con histories verdaderamente terribles, y la sensación emocionante, siempre, desde muy niña, de estar antes una persona absolutamente fuera de lo común.
    Nos abra la puerta del piso Juan Pablo, su hijo, un hombre como un armario, cariñoso y amante de los perros. Él y su mujer, Marisol, viven desde hace años con Ana María. El piso es tranquilo y luminoso. Al cabo de un momento, aparece ella, con el mismo aspecto de los últimos diez años, vestida de beige, como siempre, con el pelo impecable y esa piel transparente que absorbe toda la luz de la habitación y que hace que resulte imposible quitarle los ojos de encima. Está muy delgada, y su fragilidad, los huesos finos y quebradizos que se adivinan bajo la piel, hacen pensar en uno de esos gorriones que se han caído del nido y que, al recogerlos y sujetarlos en la mano, parece que se vayan a romper con un pequeño crujido. Lo cual no ocurre nunca. Con Ana María tampoco.
     Empiezo a explicarle (de nuevo, ya lo hice por teléfono, pero muy atropelladamente, siempre me pongo nerviosa al hablar con ella) para qué estoy allí. "¡Se me ha fundido la pila!", exclama de pronto. "Espera un momento, que la voy a cambiar y vuelvo". Juan Pablo advierte mi cara de asombro y me dice que se trata de la pila del audífono. Ana María regresa al cabo de un momento y me dice entre risas que ella no sabe nada de moda y que duda poder serme de mucha ayuda. "Pero eres presumida", le digo yo. "Sí, a pesar de que pasé la infancia trepando a los árboles con los chicos y con las rodillas peladas, era presumida. Me gustaba mirarme al espejo, me miraba los ojos. Tenía los ojos bonitos. Y, a veces, mi madre decía: "Mira qué tipito tan mono tiene esta niña". Pero de las tres hermanas, mi hermana mayor era la más guapa". ¿Y por qué no te gustaba jugar con las otras niñas? "Porque eran muy tontas", responde. "Lo único que hacían era imitar a sus madres, eran como mujeres recortadas. Pero después, de mayor, sí que tuve grandes amigas".
     Ana María Matute escribió su primera novela, Pequeño teatro con 17 años y fue finalista del Premio Nadal con 24. "A los 5 años, yo ya sabía que quería escribir. A mis padres les hacía gracia, pero no le daban importancia. Muchos años después, entendí que,  a pesar de que nunca me lo dijera, a mi madre le gustó mucho que yo fuese escritora. A ella, que era la típica burguesa de la época, le hubiese encantado hacer lo que hacía yo. No me dejaron estudiar una carrera y ahora soy Doctor Honoris Causa".
     Su padre, Facundo Matute, era dueño de una fábrica de paraguas. "Era un negocio familiar", explica Ana María. "Lo fundó mi bisabuelo, luego pasó a mi abuelo y finalmente lo heredaron mi padre y sus dos hermanos. Recuerdo el despacho de mi padre en la fábrica, con los retratos de mi abuelo y de mi bisabuelo colgados en la pared". Al padre le encantaba viajar y de uno de sus viajes a Londres le trajo el muñeco Gorogó, que Ana María todavía conserva. "Me encantaba. Como es muy planito, me lo podía poner debajo de la camisa y llevarlo a todas partes conmigo. Le contaba mis frustraciones. Es el muñeco de Primera memoria". Le pido que nos lo enseñe, que nos deje fotografiarlo y dice que no. "Ya lo ha visto todo el mundo". Tengo la sensación de que Ana María está tal vez un poco cansada de la imagen de viejecita encantadora con sus muñecos y su inagotable mundo de fantasía. Desea volver a él, -me cuenta que en cuanto los médicos soluciones sus problemas de oído, que le provocan vértigos y mareos, se pondrá a escribir una nueva novela que tienen en mente-, pero en sus libros, no en la vida real.
     En ese momento, Juan Pablo cruza el salón. Ana María lo mira de reojo y me dice en voz baja: "Le he adorado y le adoro. La única pega que tiene es que no me deja beber". Ana María se casó con su padre, el escritor Ramón Eugenio de Goicoechea, con 27 años. "Me enamoré de él. Yo había tenido más amores. Uno muy fuerte, pero que no podía ser. Y, poco a poco, me enamoré de Ramón Eugenio. Tuvimos una boda por todo lo alto, por la iglesia, de chaqué, toda la historia".
     Le pregunto cómo fue la transición del mundo de la burguesía al mundo más bohemio y liberal de los escritores. "No me gustaba el mundo de la burguesía. Cuando con 17 años, acabé mi primera novela, Pequeño teatro, que había escrito a mano, me fui a la editorial Destino. En aquel momento, no había escritoras, solo estaba Carmen Laforet. Ignacio Agustí, el editor, fue muy amable conmigo, me dijo que pasase el manuscrito a máquina y que se lo mandase. Eso hice. Al cabo de unos días, me lo encuentro al salir de casa. "Señorita Matute -dijo, y se quitó el sombrero-, hemos leído su libro. Y nos ha gustado mucho". Yo estaba roja como un tomate, hasta el pelo se me encendió". Pocos años después, Ana María obtuvo una mención especial del Premio Nadal con Los Abel, el mismo año que Miguel Delibes ganó el premio con La sombra del ciprés es alargada. "Nos conocimos entonces. Delibes era encantador. Una buena persona, un extraordinario escritor. Nos llevamos muy bien siempre y yo creo que me quería. Me invitó muchas veces a dar conferencias en Valladolid. Le encantaba la merluza. Siempre íbamos a comer una merluza buenísima". Se queda pensativa un instante y añade: "Se me mueren todos, incluso el señor que me propuso para el Nobel...".
     Le pregunto si sus padres la dejaban salir con escritores. "Sí, había un grupo de escritores mayores, que ahora nadie recuerda, que me querían mucho. Me venían a buscar a casa y como eran señores mayores y serios, que publicaban libros y participaban en tertulias, mis padres me dejaban salir con ellos. Me llamaban el pequeño cosaco. Fue la primera vez que fui a los barrios bajos". Más adelante, conoció a la generación siguiente: "Recuerdo un día, en el tren de Sarrià, de repente se me acercó un chico joven y me preguntó: "Tú eres esa chica que ha publicado un libro, ¿verdad? Yo también escribo". Nos abrazamos. Era Juan Goytisolo". También se hizo amiga de José Agustín, el hermano de Juan: "Tenía muy mala leche, pero siempre que la tomaba con alguien, tenía razón. Y podía ser muy gracioso. Gil de Biedma y Barral eran muy brillantes, pero a veces podían resultar un poco avasalladores. Algunos camareros de Barcelona todavía recuerdan nuestras reuniones...". Pero Ana María siempre ha ido de por libre: "Nunca quise pertenecer a ningún grupo, ni nada".
     Intento regresar al tema de la moda y del estilo. Le recuerdo las joyas que fabricaba para sus amigas con cristales y alambres y piedras de la playa, y de las que mi madre tanto me había hablado (aunque no conservaba ninguna. Al parecer, se desintegraban al cabo de media hora, lo cual era parte de su gracia). "¡Se las regalaba todas a tu madre! Era a quien más le gustaban. A mí siempre me ha gustado mucho  todo lo manual. Construía pueblos con cosas encontradas, con cosas que ya no funcionaban. Con un bolígrafo estropeado, por ejemplo, hacía un farol. Son cosas que requieren imaginación, creatividad. Por eso me gustaba pintar. En la época en que me quitaron a mi hijo [cuando Ana María Matute se separa de su marido en 1963, las leyes españolas de la época daban automáticamente la custodia al padre], pintaba su cara constantemente". Y me señala una acuarela pequeña de la cabeza de un niño de pelo oscuro y ojos grandísimos y un poco tristes. Tardaría dos años en recuperar la custodia. "Cela y Rosario, su primera mujer, me ayudaron mucho en aquella época, me acogieron en su casa. Años después, cuando ya se había separado, ella, a veces, me preguntaba: "¿Qué? ¿Ves mucho al señor Castaño?". Y yo le decía: "No, desde que está encastañado, casi no le veo". Éramos muy amigos".
     El fotógrafo le pide que se acerque a la ventana para hacerle un retrato. Se levanta con ayuda de una muleta. Murmura: "Estoy hecha un harapo". Y añade: "Recuérdame que te enseñe las muletas que me regaló el Rey. ¡Imagínate! ¡Me regaló sus muletas! Me quedé con la boca abierta. Son increíbles: tiene luz, sonido, luz de bicicleta, de todo. Le dije que solo les faltaba una cosa: que me prepararan los gin tónics. Cuando llegaron, no estábamos en casa y el mensajero las dejó en el bar de abajo. Todo el barrio estaba conmocionado".
     Empieza a caer la tarde. Es uno de los primeros días de calor del año, hay una luz sorda y el fotógrafo y su ayudante han empezado a recoger. Ana María me regala un par de libros dedicados para mis hijos. Me enseña una réplica exacta en miniatura de su despacho, que le ha hecho una amiga. Abre el diminuto cajón del diminuto escritorio y saca una foto minúscula de Paul Newman. Nos reímos. "Ahora que llega el buen tiempo, arreglaremos la terraza, celebraremos la verbena, Marisol hará mojitos, te llamaremos". Salgo a la calle, paso por el bar y pienso en las muletas del Rey. Y en la Matute. Y me alejo. A regañadientes.

6 comentarios:

  1. No hay color, claro. Pero no te enfades y míralo así: la versión papel couché o está o va camino de la papelera. En cambio ésta es la que queda, para ti, para Ana María Matute y para proyectos futuros. Ni se te ocurra perderla o tirarla: cómprate una carpeta para guardarla, haremos algo con ella.
    Tu retrato me recuerda que:
    llegado el momento del blanco definitvo en el pelo y cuando decir 'Estoy hecha un harapo' sea el equivalente a lo del Chanel 5 y la ausencia de camisón de Marilyn, me encantaría ser como la Matute: un hada con genio y tendencia al mojito. Cuento contigo, querida, ¿si no qué?
    Un Beso y Bon Courage.

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    1. Yo también quiero ser como la Matute. De hecho, lo de "estoy hecha un harapo", desde que me lo dijo, no dejo de repetirlo, es buenísimo. Para los mojitos, cuenta conmigo. Y para todo lo demás, también. Un beso.

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  2. Sí, está mucho mejor, sacaron cosas muy divertidas, como las muletas reales con todos los gadgets, menos el más importante, que preparen gintónics... Y es una pena, porque muestran mejor hasta qué punto con la edad la inteligencia puede torearse hasta a las muletas. (Muy buena también la historieta de Cela encastañado, ¿tú crees que los recortes eran sólo por falta de espacio? Mmmmm, no sé yo...). Pero qué bien tener un espacio donde leer la versión íntegra!!!
    Mil besos y sigue escribiendo aquí y donde se tercie.

    Elisenda

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  3. Hay recortes que trasquilan más que recortar. Cuestión de espacio o de tijeretazo que esos sí que están de moda en otros sectores. Entrañable...y lo de los gintónics me recuerda lo placenteros que son en buena compañía, con la ginebra adecuada, la tónica perfecta, el resto de ingredientes ( un amigo me sugirió una rama de canela y el resultado es espectacular ), y una mano maestra para prepararlos.

    Lo copio en my wall...

    Gracias por compartirlo y a la gran Ana María Matute por esas anécdotas que saben a ginebra, a tónica, a corteza de lima, a canela,....a vida.

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  4. No leí la entrevista en Smoda, según dices mutilada. En realidad nunca se llega a saber todo de alguien, y menos en una entrevista, aunque tampoco lo pretendías, claro.
    A mi me pasa lo mismo con el personaje; sé algo de su vida, pero no he leído sus libros. O sea que no se nada del personaje.

    PS. He estado en tu ciudad justo para ir al Gresca, Dos Palillos e Hisop. En ese orden.
    Un viaje cultural.

    Besos

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