jueves, 20 de junio de 2013

El dia que me enamoré de un gordo


Los amores más interesantes, creo -yo, con mi larga lista de amores como trenes a punto de descarrilar-,  son los que te ponen contra las cuerdas, los que de repente te hacen amar algo que cinco minutos antes detestabas, los que nos hacen salir de nuestras diminutas casitas y nos obligan a poner un pie -y, a veces, todo lo demás- en el vacío, en tierra virgen o, en este caso, en New Jersey. Amé a Tony Soprano porque estaba gordo, no a pesar de que estuviese gordo. Porque fumaba puros -el mero olor me produce arcadas-, por sus chándals, guayaveras y trajes, por su forma de comer de pie, al lado de la nevera, como un cerdo, por ser un mafioso de barrio, un criminal. Y por todo lo demás, claro. Por eso no amo a Dan Draper (de Mad Men). Cuando le miro, me duelen los ojos de lo guapo que es, pero no se me revuelven las tripas. Y el amor, claro, el de verdad, el que da cierto mareo y ganas de vomitar (al menos a esta pobre loca), está en las tripas, no en los ojos, no en la cabeza. Sr. Gandolfini, muy mal por haberse muerto.

5 comentarios:

  1. Cuánta verdad: el amor de verdad "está en las tripas, no en los ojos, no en la cabeza". Y qué bien escrito, Milena.
    Hace años que te sigo pero nunca me atreví a comentar hasta este post. Perfecto. Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Soprano gustaba porque era de verdad, nada impostado, sin concesiones. Vulnerable y complejo. Un hijo de puta también.

    Ni vi muchos episodios porque me canso y no le soy fiel a nada. Pero los suficientes para saber que él y la serie eran muy buenos.

    Besos

    ResponderEliminar